Por/ Omar George
Tomada de Cubaperiodistas.cu
Gral de Ejército Raúl Castro Ruz. |
En la medida en que el presidente Raúl Castro se
adentraba en lo que él calificó como “el tema central de su intervención” en la
clausura de la primera sesión ordinaria de la VIII Legislatura
de la Asamblea
Nacional del Poder Popular, más gratificado y comprometido me
sentía como periodista.
Pensaba en lo difícil que resultaba para un estadista
reconocer públicamente que en el país que dirige hay un preocupante deterioro
de valores morales y cívicos.
Mientras encomiaba la valentía, el sentido de la
responsabilidad y de la utilidad de su denuncia de los vicios que hoy alimentan
la indisciplina social en Cuba, no podía dejar de pensar en aquellos episodios
de menos trascendencia que se erigen en coto de silencios y omisiones por
parte de algunos funcionarios públicos.
¿Es que acaso – me preguntaba – la información sobre
un accidente de tránsito, brotes de dengue o de cólera, cables submarinos o
cualquier otro tema de los que habitualmente se quiere hacer un tabú, puede ser
más “inconveniente” para la imagen del país que reconocer cuánto hemos perdido
en valores como sociedad?
Porque el secretismo no es solo escamotear los datos
que el periodista necesita para elaborar una información de interés público. Es
también impedir que se aborden temas sensibles que la sociedad necesita debatir
no para debilitar, sino para fortalecer su salud como proyecto compartido.
Secretismo es también tratar de hacer ver que vivimos
en una sociedad perfecta, cuando sus matices y contradicciones apuntan a la
necesidad de perfeccionarla y rectificar el rumbo que se ha torcido en ese
viaje interminable en que cada meta es un nuevo punto de partida hacia una
sociedad más justa y más próspera.
Resulta gratificante para todos, y especialmente para
los periodistas cubanos en vísperas de su IX Congreso, que el presidente Raúl
Castro haya vuelto a dar otra señal a los censores trasnochados y a los
“secretistas” recalcitrantes: no hay asunto que concierna a los ciudadanos, por
duro que parezca, que no amerite ser abordado públicamente, siempre y cuando su
tratamiento prevenga, alerte, nos mueva a reflexionar y a actuar.
De su discurso, cada cual puede hacer las lecturas y las inferencias que
más se ajusten a sus percepciones éticas o profesionales. Yo prefiero
interpretarlo, además, como un gesto que confirma la necesidad y la utilidad de
un periodismo sin cortapisas en la
Cuba de hoy.
Cuando hoy todavía muchas puertas se cierran o apenas
se entreabren ante el imperativo de divulgar o discutir a fondo problemas que
nos afectan como sociedad, resulta alentador que la máxima autoridad del país
abra la suya para dar paso a las opiniones y a la acción comprometida de sus
conciudadanos.
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